En marzo de 2023 nuestra Hermandad celebra el 450 aniversario de las Primeras Reglas conocidas que se datan el 5 de marzo de 1573. El trabajo de investigación desarrollado hasta octubre de 2022 sobre los 450 años de vida de la cofradía del Santo Sepulcro ha proporcionado el descubrimiento de numerosos aspectos de nuestra historia enterrados por el peso del tiempo y la ausencia de un archivo histórico propio de la hermandad, perdido en gran parte por diversos acontecimiento del pasado.
Desde sus orígenes en el último tercio del siglo XVI hasta la exclaustración de 1835 la cofradía del Santo Sepulcro se encuentra ligada a los carmelitas de la antigua observancia. Los carmelitas calzados manifiestan un vivo interés en la fundación de hermandades y en el fomento de devociones populares, ya que suponen la incorporación de miles de personas a la actividad de la iglesia conventual y una importante fuente de recursos. Así durante la estancia del convento del Carmen en la ermita de la Vera Cruz se produce el nacimiento de la cofradía penitencial del Santo Sepulcro. Las primitivas reglas son aprobadas el 5 de marzo de 1573, aunque la cofradía ya se encontraba erigida con anterioridad.
La hermandad del Santo Sepulcro cobra un fuerte impulso a lo largo del último cuarto del siglo XVI. La elección de hermano mayor se realiza mediante votación secreta el segundo día de Pascua de Resurrección y suele durar un año aunque con bastante frecuencia se prolonga a través de sucesivas reelecciones. La procesión de disciplinantes en la noche del Viernes Santo es el acto principal. Aunque la imagen titular es la de Cristo Yacente, despierta también bastante fervor Nuestra Señora de las Angustias o de la Quinta Angustia que también es procesionada por la hermandad.
A raíz del traslado de los carmelitas a Puerta Nueva se hace necesario la construcción de una nueva iglesia cuyas obras se realizan a finales del siglo XVI. Con este motivo los hermanos deciden sustituir la primitiva imagen de la Virgen. La nueva Dolorosa cambia su advocación por la de Nuestra Señora de las Penas y con este título se la conocerá hasta el siglo XIX.
Debemos reconocer que no se puede interpretar la vida reciente del Santo Sepulcro sin un conocimiento detallado del devenir histórico de todo el s. XIX y al margen de la procesión oficial (organizada desde el estamento civil -que representa el consistorio- y bajo el auspicio de la autoridad eclesiástica -Obispado-). Por tanto pretender equiparar estas dos realidades institucionales a una sola, no sólo no se debe llevar a cabo sino que, de hacerlo, se comete un error interpretativo de enorme calado. La elaboración del profundo trabajo de investigación desarrollado en los dos últimos años y que culminará con la presentación definitiva del libro Del Carmen Calzado a la Compañía. La cofradía del Santo Sepulcro (1573-2023), permite con total nitidez advertir está realidad, entre otras muchas.
Sin lugar a dudas la Oficial del Santo Entierro es el soporte vital sobre el que se resucita al cadáver de la Semana Santa de Córdoba, fallecido en 1819, pero no tanto de las corporaciones penitenciales que, de un modo u otro, han sorteado el océano de precariedad de la centuria del ochocientos, siendo una de ellas la Hermandad del Santo Sepulcro, activa en tan críticas circunstancias de la religiosidad popular de Córdoba.
Las acciones de Trevilla se interpretan -erróneamente- como un ataque frontal al estamento cofrade, aunque en realidad son un intento fallido y quizá torpe de rescatar estas instituciones que, con el periodo de esplendor y desarrollo en época moderna, se relacionan con los valores trasnochados del Antiguo Régimen. Este decreto -fomentado y alentado desde el Consejo de Castilla- no es exclusivo de la ciudad de Córdoba, teniendo ejemplos de reglamentos similares por las principales villas del territorio español. Las consecuencias de estas ilustradas medidas son dispares en cada municipio, pero en general todas ellas pretenden un aggiornamento de las cofradías en todos los rincones de la Corona. No obstante, esto no nos puede hacer negar que el Reglamento Trevillano es totalmente funesto para las hermandades cordobesas. Las corporaciones penitenciales a inicios del siglo XIX no presentan la mejor de sus situaciones y sufren diversos acontecimientos -francesadas, exclaustraciones y desamortizaciones- que las conducen a contextos de crisis muy agudas, cuando no, a la propia extinción. Hacer único responsable de lo acaecido al prelado Trevilla es una interpretación simplista del contexto histórico al que hacemos referencia.
Una de las más importantes aportaciones a las que ha llegado el equipo de editores del libro es sin duda que, la cofradía que consigue la aprobación de sus reglas el 5 de marzo de 1573, es la misma que en 1836 es recibida en el templo del Salvador y Santo Domingo de Silos. El Santo Sepulcro busca nuevos horizontes. Es la propia corporación -dirigida por el gremio de los Escribanos ante el lamentable estado en el que se encuentra el abandonado templo del Convento del Carmen de Puerta de Nueva- la que decide y propone a la autoridad eclesiástica el cambio de sede. Hecho aprobado y refrendado por Palacio. La elección de la Compañía se debe a varias circunstancias entre las que podríamos destacar:
La presencia de la otra imagen titular del gremio de la Escribanía, la Inmaculada Concepción.
El propio Reglamento de Trevilla que convierte al templo jesuita en uno de los epicentros sobre los que pivota la representación del Santo Entierro de Cristo.
O incluso la presencia de miembros de la Escribanía en la junta de gobierno de la potente cofradía Sacramental que se encuentra en El Salvador y Santo Domingo de Silos.
Es en la actual sede donde la cofradía de los Escribanos recibe la primera invitación por parte del Consistorio para asistir con su imagen, Nuestro Señor del Santo Sepulcro, a la procesión oficialista de 1849. El Santo Entierro, es decir la procesión municipal de la ciudad de Córdoba, se constituye como la acción de naturaleza política -que no cofrade- que restaura las estaciones de penitencia por la calles de la ciudad y en la Santa Iglesia Catedral, desterradas de las calles desde la Semana Santa de 1819. La propuesta de Julian Bustillos en 1849 tarda en consolidarse, especialmente por las delicadas circunstancias sociales, económicas y políticas por la que atraviesa el país; pero lo cierto es que, en la década de los 60 del s. XIX, la representación del Santo Entierro de Cristo, es una realidad tangible que impone una serie de protocolos al dictado del estamento civil y religioso sobre las corporaciones que participan, entre otras la Confraternidad del Santo Sepulcro.
Este férreo protocolo afecta en mayor o menor medida a todas las hermandades que participan, pero especialmente lo sufre el Santo Sepulcro, que no puede reconstruir su identidad fuera del Santo Entierro. Mientras, las demás cofradías (Jesús Caído, Angustias,…), lo inician realizando Estación de Penitencia en otros días de la Semana Santa, hecho que les facilita el proceso de reconstrucción patrimonial e identitario.
Varios son los enfrentamientos que tiene la cúpula del Santo Sepulcro con las autoridades eclesiásticas y civiles, entre las que destaca: la férrea defensa de los intereses del Santo Sepulcro por parte de Don Francisco de Paula López Illaurdy ante el abuso autoritario de los rectores eclesiásticos asistentes al Viernes Santo de 1861, o el celo que en 1863 el mismo Francisco de Paula -ahora Hermano Mayor de la Corporación- demuestra en las salas del Consistorio durante la primera Junta Preparatoria del Santo Entierro. En ella exige que se nombre buenos cantores y dispongan dos guardias municipales para hacer observar el buen orden detrás de la urna.
A nivel institucional la cofradía del Santo Sepulcro paulatinamente sufre el desafecto del nuevo cuerpo de funcionarios, el Notariado, que desde 1864 es creado y sustituye a lo largo del último tercio del s. XIX a la histórica escribanía pública. Estos síntomas de crisis interna se detectan en la pobreza de las arcas del gremio, que les impide sufragar la ejecución de la urna de palo santo en 1874, hecho que asume en su totalidad la Comisión Municipal, aunque el compromiso por parte del Colegio Oficial de Escribanos y Notarios en 1873 era el de asumir los costes de la elaboración de una nueva arca. En 1881 aunque a las reuniones preparatorias se invita al máximo responsable del Santo Sepulcro, en la prensa local se filtra que es del agrado del ayuntamiento que la corporación de comerciantes de la ciudad se haga responsable del paso del Santo Sepulcro. Los escribanos preceden al Santo Sepulcro hasta 1884, año en que la corporación municipal para evitar el excesivo cortejo y duración que supone la Oficial del Santo Entierro, gracias a la firma del nuevo Concordato entre los dos cabildos -el eclesiastico y el civil- deciden de forma unilateral suprimir la presencia de cualquier corporación en el cortejo de la Oficial. A partir de 1885 sólo se permite la presencia de los máximos cargos de cada una de las corporaciones. Rosario García González, directora de la Escuela Normal de Maestras de Córdoba se constituye de facto en la camarera de Nuestro Señor Jesuscristo del Santo Sepulcro, responsable del exorno del paso desde 1865 hasta su fallecimiento en enero de 1911.
Según el cronista municipal Rey Díaz, la notaría y escribanía de la ciudad de Córdoba está al cargo de la hermandad hasta la primera década del s. XX, momento en el que se produce la definitiva desafección entre el Colegio Oficial de Notarios de Córdoba y el Santo Sepulcro. Este periodo de crisis interna da paso a dos décadas de reorganizaciones capitaneadas por la viuda Condesa de Cárdenas y el Conde de Torres Cabrera, que con un marcado carácter elitista intentan la implantación de un modelo de raíces nobiliarias que no llega a cuajar en su totalidad, aunque sin duda es la base sobre la que actúa Jose Torres Molina hacia 1930 y fructifica en la conocida corporación de Caballeros del Santo Sepulcro. Esta nueva configuración de la cofradía se desarrolla con más o menos fortuna en las décadas de los años 40, 50 y 60 del pasado siglo; siendo varios los momentos donde el férreo protocolo oficialista impide a la corporación autodefinirse conforme a las directrices de sus propios hermanos. Impedidas en todo caso tanto por el estamento civil como por las dictadas del lado eclesiástico. En esta etapa quedan como proyectos frustrados la incorporación de un paso del Duelo y su Dolorosa, la ejecución de un nuevas andas procesional para la urna, la elaboración de unas nuevas reglas o la realización de un itinerario mucho más favorable a los intereses de los propios hermanos que acompañan cada Viernes Santo a Nuestro Señor del Santo Sepulcro.
El intervencionismo institucional y eclesiastico la conduce a un último periodo de aguda crisis que casi la deja a las puertas de la desactivación, hecho que no llega a materializarse gracias a Jiménez de la Linde. El recordado Guillermo junto a un nutrido grupo de jóvenes cofrades se hacen con las riendas de la Hermandad, iniciando el gran periodo de transformación y metamorfosis del Santo Sepulcro.
El ansiado reformismo, que varias generaciones de cofrades de la Compañía no pudieron llevar a cabo por la circunstancias externas que les rodearon, especialmente el rigor de las normas impuestas en la Oficial del Santo Entierro, se inicia tras la reorganización de 1973 de forma lenta y pausada. Las herencias del pasado están aún presentes hasta prácticamente el final de la década de los 70, aunque la oficial del Santo Entierro haya tenido su última edición en 1968. Ciertas costumbres totalmente externas a la cofradía siguen maniatando por pura tradición a la corporación y entorpecen el proceso de dotarla de una personalidad propia.
Este sometimiento al pasado reciente comienza a desmoronarse con la llegada de Nuestra Señora del Desconsuelo en su Soledad en 1977. El modelo se autodefine con la bendición de San Juan y María Magdalena junto al estreno del palio en 1995. Y se constata como una realidad completa tras el estreno del paso de la urna en 2007. Todos ellos capítulos de este necesario proceso de autoafirmación, que la dota de personalidad propia y la posiciona como referente cofrade más allá de nuestra capital.
Dedicado a la memoria de todos aquellos hermanos del Santo Sepulcro que nos precedieron, en los 450 años de historia que atesora nuestra corporación.